Do not Stand at my Grave and Weep – Poema de Elizabeth Frye
Existen palabras que tienen el poder de traspasar fronteras, épocas e idiomas, y que, sin importar cuándo o dónde sean leídas, despiertan en nosotros algo profundo. Tal es el caso del poema «Do not Stand at my Grave and Weep», escrito por Mary Elizabeth Frye en 1932. Este poema, breve y sencillo, ha resonado en los corazones de millones de personas, proporcionando consuelo en los momentos de mayor dolor: la despedida de un ser querido.
Con una humildad que se refleja en cada verso, Mary Elizabeth Frye nos invita a ver la muerte no como un final, sino como una transformación. Nos dice, en palabras llenas de serenidad y esperanza, que aquellos a quienes hemos perdido no están realmente ausentes. Nos asegura que, en vez de quedar atrapados en la fría quietud de una tumba, sus almas se encuentran en la naturaleza que nos rodea y en los elementos que sentimos cada día. Este mensaje ha convertido a este poema en una especie de refugio poético para quienes atraviesan el duelo.
Do not Stand at my Grave and Weep
Do not stand at my grave and weep
I am not there. I do not sleep.
I am a thousand winds that blow.
I am the diamond glints on snow.
I am the sunlight on ripened grain.
I am the gentle autumn rain.
When you awaken in the morning’s hush
I am the swift uplifting rush
Of quiet birds in circled flight.
I am the soft stars that shine at night.
Do not stand at my grave and cry;
I am not there. I did not die.
Orígenes de un Verso Inmortal: Mary Elizabeth Frye
Mary Elizabeth Frye, quien no era poeta ni aspiraba a la fama, escribió este poema en un acto de compasión. Nacida en Dayton, Ohio, en 1905, Frye trabajó como ama de casa y florista en Baltimore. Se dice que la inspiración para el poema vino cuando acogió en su casa a una amiga alemana, Margaret Schwarzkopf, quien sufría por la reciente muerte de su madre. Dado que Margaret no pudo viajar a Alemania para despedirse de ella, el dolor de la pérdida se mezcló con la amargura de no haber podido estar presente. En respuesta a ese sufrimiento, Mary Elizabeth Frye escribió en una bolsa de papel las palabras que hoy componen este poema.
El poema no fue publicado en ese momento ni firmado por su autora. En cambio, se fue difundiendo de forma anónima, de boca en boca y de corazón en corazón, hasta que alcanzó popularidad mundial. Décadas después, Mary Elizabeth Frye fue finalmente reconocida como la autora de estos versos, que hoy resuenan en ceremonias de despedida, funerales y rituales conmemorativos en todo el mundo.
No te quedes en mi tumba llorando…
No te quedes en mi tumba llorando,
no estoy ahí, no estoy dormido.
Soy mil vientos que soplan,
soy el brillo en la nieve.Soy la luz del sol en el grano dorado,
soy la suave lluvia de otoño.
Cuando despiertas en el silencio de la mañana,
soy el rápido resplandor de los pájaros en vuelo.Soy las estrellas que brillan en la noche.
No te quedes en mi tumba llorando,
no estoy ahí, no he muerto.
Y si eres de los que prefiere escuchar, antes que leerlo, aquí tienes una versión del mismo:
Porque como siempre decimos, las palabras no solamente pueden ser leídas, también escuchadas, y en las]sendas del viento, nos hacemos eco de la historias, vengan de donde vengan y de la forma que sea.
Sendas del Viento. Historias y personajes que pudiste oír, pero nunca llegaste a escuchar.